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Los 105 de Juan Bautista

Los 105 de Juan Bautista

Carbonero a los 10 años y después, durante medio siglo, obrero del central Natividad donde se desempeñó como retranquero, fogonero y maquinista de un tren cañero

Luis Herrera Yanes

Joven ha de ser, quien lo quiera ser. Lo afirma quien ha tenido como fórmula vivir intensamente y con optimismo cada minuto de su larga existencia. Juan Bautista Palmero Aragón festeja hoy los 105 años de su nacimiento el 26 de septiembre de 1904.

Pero no sólo por ello este es un hombre excepcional, sino también porque fue obrero del ingenio Natividad durante 50 años y trabajó muy duro para criar a los 17 hijos que tuvo, y porque allí fue víctima de la explotación despiadada del capitalismo, pese a lo cual enfrentó la vida con optimismo.

 “Fuimos a tocar bailes hasta en Trinidad y Sancti Spíritus, donde los negros no podíamos caminar por el parque de la ciudad. Pero las fiestas de campo eran más divertidas. Comenzábamos a tocar al mediodía. Después venía el torneo de a caballo que nos permitía descansar un poco. Y cuando arrancábamos por la noche no parábamos hasta que salía el Sol”, manifiesta inquieto en la butaca.

“Nací en Guasimal -precisa- y quedé huérfano de meses. Entonces mi abuelo me llevó para Natividad para casa de Domitila Cabrera, que fue mi segunda madre. A los siete años me trasladé a Jatibonico. Allá aprendí el oficio de panadero, que nunca ejercí. En realidad comencé a trabajar a los 10 años, con mi abuelo Tomás Aragón, tumbando monte y haciendo carbón a peso el saco”.

Cuenta que en 1920 se incorporó al ingenio Natividad, como retranquero de un tren cañero, y al año siguiente se convirtió en fogonero para abastecer de leña el vientre de la locomotora de vapor, oficio que desempeñó hasta 1954, cuando por el azar de un accidente ferroviario lo llevó a sustituir al maquinista, durante dos años nada más, porque después entraron los camiones para el tiro de la caña y lo reubican como guinchero de la barca, donde se jubiló en 1970.

Las frases le brotan como chispazos de recuerdos que atesora en su impecable memoria. Se mueve inquieto en el sofá como si el agudo pitazo de la locomotora lo invitara a darle vía para salir raudo en busca de otra veintena de carros repletos de caña.

También rememora los sinsabores compartidos con líderes obreros y comunistas como Amador Antúnez, Juan Torres, Armando Acosta, “Canuto” Yero y el propio Jesús Menéndez, con quien trabajó en reparación de vías férreas sin conocer su verdadera identidad, hasta varios años después, porque estaba clandestino allí.

De pronto se pone serio y un halo de tristeza le invade los ojos. Abandona la butaca y retorna con un cuadro entre sus manos. “Esta foto -comenta- se la tomó Jesús Menéndez a mi hijo Reinaldo, cuando yacía tendido en el ataúd. Tenía 14 años cuando el Tornado de 1945 derrumbó el techo del barracón de Pueblo Nuevo, donde nos guarecimos del ciclón y lo mató. Fue el momento más triste de mi vida”.

“Al finalizar la zafra -recuerda- yo quedaba empeñado, pese a que después de terminar mi turno en la locomotora, echaba cuatro horas más cortando caña, para mantener a mi familia. En tiempo muerto tenía que hacer de todo: recogía y picaba piedra a mandarria, por medio peso el metro, para la carretera de Trinidad; guataqueaba caña a dos pesos el jornal; compraba maíz y lo llevaba en un chalán a vender en Tunas de Zaza y al regreso pescaba para comer; pero eso sí, por muy apretado que estuviera jamás robé, porque nada justifica esa actitud en ningún gobierno, menos ahora, carajo, que la Revolución protege al pueblo y no hay dueños explotadores”.

Juan Bautista Palmero Aragón camina ligero por las calles de la ciudad, visita a sus hijas e hijos y no pierde la ocasión para darse unos tragos de ron. “Periodista, lo espero en mi cumpleaños. Vamos a cantar hasta que salga el Sol”, me dijo con un apretón de manos, una vez concluida la entrevista.

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