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Centenario de los cantos de amor

Centenario de los cantos de amor

El Trío cubano de trova tradicional, fundado en 1910 por Miguel Companioni, con sus amigos Segismundo Acosta y Luis Faría,  cumple cien años. El Encuentro de tríos este fin de semana en Sancti Spíritus rinde homenaje a sus cantos de amor.

Luis Herrera Yanes

Estrella matutina del cielo de mi vida/vengo por vez postrera a hablarte de mi amor/escucha mis cantares, por Dios prenda querida/si acaso estás dormida, despierta por favor. Los arpegios de la guitarra realzaban con el bordoneo de los acordes graves, la voz segunda de perfecto timbre que poseía Segismundo Acosta, y armonizaban con la exquisita voz prima de Luis Faría, en aquella serenata que llevaba el sello del virtuosismo de Miguel Companioni en la ejecución de la guitarra y el repentismo para crear las canciones, montarlas e interpretarlas unas horas después.

El popular compositor, que creó su primera canción: La Fe, en 1910 y no lo abandonó la musa  hasta el año de 1959, fecha en que selló su cosecha de más de 300 números musicales con Lilia, muy enfermo ya, pese a quedar ciego a los 11 años de edad, poseía la virtud de recibir la solicitud de los enamorados en el parque La Caridad,  donde se reunían cada noche a la espera de los potenciales clientes, y conocido el nombre de la amada, componer en el instante la letra que le dictaba a Luis Faría y éste escribía en hojas sueltas que se conservan hasta hoy. A media noche, frente a la ventana de la desconocida mujer que la inspiró, en presencia del galán, Segismundo y Faría entonaban aquel canto de amor acompañado por los acordes de la guitarra que magistralmente pulsaba uno de los más prolíferos compositores cubanos de todos los tiempos.

EL AMOR, INSPIRACIÓN SUPREMA DE MIGUEL

“Siempre amé la belleza y tuve para la mujer la exaltación de mis canciones”, confesó Miguel al colega Felipe Elósegui en entrevista que fue publicada el 23 de marzo de 1956 en el periódico habanero Ataja. De María Teresa Vera, que colocó sus mejores creaciones, entre ellas Mujer Perjura, en el hit parade de Estados Unidos y del mundo, refiere en esa ocasión: “-María Teresa. ¡Qué mujer! Divina mujer; María Teresa es única por su melodía, por su dulzura… Y su memoria. En dos días se aprendió diecisiete canciones mías.”

De él escribiría el reportero: “… Sancti Spíritus, tierra de leyendas, de cantores, de mujeres y guitarras… que viera nacerle un día… a esa gloria de Cuba que es Miguelito Companioni… su música es única dentro de una generación de grandezas como Sindo Garay, Manuel Corona, Rosendo Ruiz, Teofilito… nadie más adentro en el corazón espirituano que Companioni”.

En una muestra de 52 obras suyas, escritas hasta 1958, todas tienen el amor como centro de su creación musical y 37 llevan nombre de mujer, entre otras razones porque el Trío de Miguel, como se le llamó a la primera agrupación de trova tradicional de Cuba –la suya- se dedicó a complacer las peticiones de enamorados y son canciones por encargo para llevarle una serenata a la amada, tradición que data en esta villa desde el siglo XIX. Entre sus composiciones predominan los boleros, las canciones, criollas y habaneras.

EL CREADOR, LOS INTÉRPRETES, LOS HOMBRES

Ciego ya, apenas un adolescente, Miguel acompaña a Cecilia, su madre, a la manigua redentora donde se encontraba su padre, a la sazón capitán del Ejército Libertador, y allí jura ante sus progenitores que no sería un mendigo limosnero: “… formaré familia y la mantendré con el fruto de mi trabajo honrado”.

Marchó a los Estados Unidos, con la esperanza de volver a ver, y cuando con pleno dominio del idioma inglés recibe la amarga noticia, regresa a Sancti Spíritus y desgrana, una tras otra, sus canciones de amor, por encargo o para desahogar su pasión por una u otra mujer, porque su corazón latió muchas veces ante el timbre de voz de las férminas que en diferentes etapas de su vida le cautivaron, hasta que formó su familia con Panchita de la cual nacieron cuatro hijos.

Mayor aún fue la prole de Luis Faría, su brazo derecho que lo acompañaba a todas partes hasta que Miguelito, el hijo que heredó su sensibilidad por la música, se convirtió en su compañero inseparable. Siete hijos tuvo el amigo que escribió y conservó la letra y la melodía de todas sus canciones, el obrero del central La Vega de Guayos.

“El trío ensayaba en casa de mi padre, en el número 16 de la calle San Carlos –cuenta Miguel, el primigenio de Segismundo Acosta- de quien dice fue siempre torcedor de tabaco y trae a colación una anécdota que revela la entrañable amistad entre aquellos hombres. “Una noche él llega retrasado al parque La Caridad, sudoroso y caminando apurado y Companioni lo recibe riéndose con dos versos: A donde vas Segismundo/ muchacho con tanta prisa, y mi padre le responde al instante: Miguelito, voy a misa/ que se está acabando el mundo”. Rieron todos de buena gana y enrumbaron calle abajo, a llevarle la serenata que un galán de ocasión había encargado un rato antes, para su enamorada.

LA PEÑA MUJER PERJURA

Fundada por Deisy Pérez Bernal, viuda de Miguel Companioni Rodríguez (hijo), en el número 128 de la calle Máximo Gómez norte, el cuarto domingo de cada mes a las 10:00 a.m., la Peña Mujer Perjura tiene como objetivo mantener viva la fructífera tradición trovadorezca espirituana y promover el rescate de la obra de Miguel Companioni,  Rafael Gómez Mayea (Teofilito), Alfredo Varona, Rafael Rodríguez, Manolo Gallo y otros que tanta gloria le han dado a nuestro terruño, empeño al que deben sumarse todas las instituciones culturales, el movimiento de artistas aficionados, los medios de difusión como la radio y la televisión que están representadas en casi todos los municipios.

Casi perdida por completo, la serenata como manifestación cultural puede continuar viva para llevarle no sólo los cantos de amor a las mujeres de ayer y de hoy, sino también a cederistas, trabajadores y combatientes de la Revolución con una trayectoria  destacada, que sabrán apreciar su valor estético; pues, a pesar de los pesares, Mujer Perjura, Pensamiento, Rosalba, Herminia, Nenúfar y otras tantas hermosas canciones de sublime melodía, vibran con los arpegios y bordoneos de las guitarras y cuelgan todavía en las rejas de los ventanales de una villa cuyo pueblo vive orgulloso a la orilla del Yayabo y su Iglesia Mayor.

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